Envolver alimentos con papel ajustándolo al contenido ya se hacía en China dos milenios atrás con la comida. Hoy usamos materiales como el papel de celulosa, el plástico o el aluminio para empaquetar tanto comida como otros productos de forma que se minimicen los daños en el transporte y se mantengan intactas sus propiedades. Hablamos del embalaje flexible.
Última modificación: 2 octubre 2023
Probablemente nos habremos fijado alguna vez que muchos embalajes, especialmente en cajas, dejan mucho espacio entre éstos y lo que contienen, y hay que usar mucho relleno. Al usar más material y ocupar más espacio en los vehículos que los transportan de origen a destino, este packaging genera un mayor impacto medioambiental, ya que implica más residuos (aunque sean reciclados y reciclables) y más emisiones de CO2. Además, este packaging que podríamos llamar rígido, tiene que fabricarse en muchos tamaños para satisfacer a las necesidades de los diferentes productos y sectores, algo que implica más maquinaria y más procesos diferenciados, que suponen un mayor coste.
Mientras tanto, existe un tipo de packaging que se adapta directamente a la forma del producto que envuelve, que puede ser a partir de papel, plástico, film, papel de aluminio u otras combinaciones de estos materiales, que toman forma de bolsas, sobres, envoltorios, rollos y otros productos de naturaleza adaptable y ligera, que opcionalmente pueden ser elásticos o cerrar herméticamente. Lo llamamos embalaje flexible o en su forma en inglés packaging flexible o flexible packaging y suele usarse ampliamente en la industria alimentaria, pero también en la cosmética, farmacéutica, etc. El embalaje flexible puede adaptarse a muchas formas y tamaños según los requisitos de cada producto.
La mayoría del embalaje flexible lo constituye el plástico, sea su componente principal o sea el material que se combina con el componente principal. El plástico para embalaje flexible se fabrica en láminas muy finas para utilizar la menor cantidad de material posible, hecho que lo hace más barato, menos demandante de energía en su producción y un residuo mucho más pequeño a eliminar. Además, es ligero, algo muy valioso en términos de coste y de sostenibilidad, ya que implica menos carga en el transporte, que a su vez emite menos CO2 y usa menos combustible. Al ser algunos plásticos transparentes, como el film de polietileno, polipropileno y poliéster, permite ver los productos que contiene, hecho que facilita su identificación y manipulación.
Lo más importante, sin embargo, es que el plástico tiene propiedades de barrera inigualables: protege contra la humedad, contra el oxígeno, contra los olores… pero no contra la luz, para lo que debe mezclarse con papel o aluminio y por lo que no es apto para envolver productos que se deterioran con la luz, como cafés, tes o infusiones, algunos cosméticos, etc.
El punto débil del plástico como embalaje sostenible es su reciclabilidad: los materiales que usa a veces no son fácilmente reciclables, especialmente si se trata de varios plásticos mezclados, por eso algunas empresas optan por un solo tipo de plástico (por ejemplo, PE, polietileno), que resulta más fácil de recuperar para reciclar.
El plástico puede contener prácticamente cualquier producto, entre otros:
En los últimos años se están implantando nuevos tipos de plásticos provenientes de fuentes alternativas a los combustibles fósiles, como el almidón, el maíz, la caña de azúcar, etc., aunque estos materiales tampoco están exentos de inconvenientes, como el hecho de que, al provenir de materias primas que también son un alimento, contribuyan a hacer subir su precio.
Uno de los ejemplos más antiguos de packaging flexible que recordaremos probablemente es el que envuelve una tableta de chocolate o un tubo de mantequilla, por ejemplo. Actualmente, las láminas de aluminio para envases flexibles se fabrican en láminas muy finas, mucho más finas que un cabello, y pueden combinarse con otros materiales como el plástico o el papel.
Las propiedades del aluminio que lo hacen adecuado para envases flexibles son su capacidad de ejercer de barrera a agentes que pueden deteriorar el contenido, como el oxígeno, la humedad, la luz, los microorganismos, los olores, etc. Además, es especialmente adecuado en el caso de la industria alimentaria porque tampoco transfiere ningún sabor al contenido. Por otro lado, se trata de un metal muy ligero, algo que lo hace más sostenible al reducir la carga en transportes y por lo tanto las emisiones de CO2 y más fácil de manipular.
La desventaja principal del aluminio es el elevado coste energético asociado a su producción, por lo que su reciclaje se hace indispensable en el camino hacia una economía circular, ya que no sólo es un material 100% reciclable sino que el coste energético de su obtención por medio del reciclaje es de tan solo el 5% del que implica la fabricación de aluminio virgen.
El aluminio puede usarse para casi todas las aplicaciones, como:
Envolver alimentos con papel ajustándolo al contenido ya se hacía en China dos milenios atrás con la comida. Era un papel fabricado con fibras de plantas como el cáñamo y la morera, y aprovechando fibras de tela como los trapos y las de redes de pesca. De hecho, no fue hasta el siglo XIX cuando se empezó a fabricar papel con celulosa extraída de la madera, a causa de la demanda creciente de papel que requería fibras más baratas y abundantes. Después de su declive con el boom del plástico a partir de los años 60 del siglo XX, volvió a aumentar su uso, ya que es un material con menor impacto ambiental.
El papel que se usa en embalaje flexible es más sofisticado que el que se usa en envases rígidos o para otras aplicaciones. Suele combinarse con otros materiales como el plástico o el aluminio para ejercer de barrera contra la luz, el oxígeno, etc. y proteger mejor lo que contiene. Además, es económico y más sostenible que el plástico en solitario, por su reciclabilidad (se puede echar al contenedor con otros residuos de papel) y por su ligereza, que lo hace una carga más liviana en transporte y por lo tanto implica menos emisiones de CO2.
Una desventaja fundamental de este tipo de embalaje es que, a pesar de poderse impermeabilizar hasta un cierto punto, no suele ser adecuado para líquidos porque su eventual filtración estropea las tintas de la impresión.
Algunos usos del papel en embalaje flexible se destinan a:
Algunas de las ventajas del embalaje flexible son, entre otras:
El embalaje flexible, como hemos explicado, tiene todavía cuentas pendientes con la sostenibilidad, especialmente en lo que concierne al que consta de varias capas de materiales, difíciles de separar y reintroducir en el ciclo de la economía circular. Sin embargo, la apuesta por embalajes de un solo material y por soluciones biodegradables y compostables van en la línea de reducir al máximo el material que termina en vertederos, por eso puede considerarse una idea de futuro.
En este sentido, también estamos hablando de un tipo de embalaje que reduce el desperdicio de comida al conservarla en perfectas condiciones más tiempo, y minimiza las devoluciones a fábrica por deterioro en otro tipo de productos que implican residuos y transporte adicional, con sus correspondientes emisiones de CO2 y consumo de combustible.
Además, la propiedad estrella del embalaje flexible, que es su peso reducido y su reducción de cantidad de material utilizado a una mínima expresión, implica menos gasto de energía en fabricación, permite generar menos peso en residuos que otros tipos de embalajes y reducir las emisiones y el consumo de combustible en transporte.
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